Latidos

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Gervasio Sánchez

jueves, 10 de mayo de 2012

un abrazo con banda sonora de bolero incompleto y puntos suspensivos


No todo el mundo es capaz de sentir que las pérdidas son en realidad ganancias. Sin embargo, Albert Espinosa lo tiene claro. En su infancia, el cáncer se llevó de trofeo su pierna, un pulmón, parte de su hígado y la vida de amigos importantes, pero no pudo con su capacidad creadora para indagar en el mundo intangible de la belleza y conseguir integrar todo aquello que no pudo ser en lo que ha acabado siendo.

A estas alturas, supongo que no hace falta hablar mucho de su historia, ya que seguro que se cuentan por millones las personas que la conocen a través de sus obras en papel, salas y píxeles; retazos de una aventura que además, él mismo ha explicado en numerosas entrevistas, siempre con un tono cierto, tímido y alegre como su mirada. 

Entre los chicos de su “cuadri” que se quedaron por aquí para, entre otras muchas cosas, recordarnos que estar vivos es la leche, se repartieron un auténtico botín. De tal manera, que actualmente, Albert dispone de 3,7 vidas más, aparte de la suya, para demostrar al mundo, aunque ese nunca fue su objetivo, que el poder de la diferencia nos convierte en seres realmente especiales, o que la fórmula para ser felices es tan simple como conseguir marcar en rojo, al menos cinco días chulos al mes, en el calendario de nuestra cocina.

Cuando su pierna decidió partir, él le organizó un fiestón de despedida con todos los honores por prescripción médica. Entre los invitados, acudieron colegas y conocidos que habían tenido relación y relaciones con su extremidad; una parte de él a la que dijo adiós con una sonrisa y sobre todo, con agradecimiento por cuanto ella le había regalado hasta entonces. Como la ciencia no quiso hacerse cargo de ella, el autor de "El mundo amarillo", "Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo" y "Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven" optó por un entierro digno y desde entonces, presume de ser el único tipo que, de verdad de la buena, tiene puesto un pie en el cementerio y el otro -aunque esto lo digo yo- en la tierra de los auténticos genios.

Y es que por lo que se deduce, ya cuando salió disparado hacia el Sol como un cohete “from the" útero materno, este adolescente reincidente, a pesar de sus treinta y tantos, tenía entre ceja y ceja un camino lleno de pomos giratorios que le han invitado a dar pasos de gigantón. No es que sea cojo, es que es cojonudo. Y ya sé que hay muchos tíos cojonudos en el mundo. Pero es que este...

De él me flipan sus camisetas, su risa descarada, el color y los olores de su universo, su ritmo “made in él”, su amor por casi todo (especialmente por los títulos originales y por el sexo que es de verdad), su humor poético, sus juegos atrevidos con la lengua, su científica inocencia, su isla de Capri o sus 23 kilos de ternera mal pronunciada...

Sí. Es cierto. Yo, como la folklórica de pacotilla; hoy debo confesar... que estoy enamorada de sus letras zurdas y sus caras redondas

Me pasó que después de devorar su último libro de tirón en lo que duró el trayecto en tren desde Barcelona a Pamplona, y de llorar como una auténtica imbécil haciendo un ridículo espantoso delante de las dos chicas sentadas enfrente, lo que más me emocionó de Albert Espinosa fue su abrazo con banda sonora de bolero incompleto. Elkar, mi casa de papel favorita en el casco viejo de Iruñea, bailó con nosotros y con los pocos que aún quedaban en la cola para que Albert les firmara sus libros.

Fue como probarme un abrigo de plumas especialmente hecho a mi medida... Y con la excusa de que aún llovía cuando salí de la librería, me lo llevé puesto de regreso al hogar de lo eterno. 

Mi hermana fue testigo y partícipe de esa canción que aún me ronda. Por eso no os puedo asegurar que me perteneciera sólo a mí. Pero si certificaría bajo juramento que, ni el calentamiento global del planeta ni el mismísimo fuego de todos mis demonios, van a hacer que me desprenda de un calor tan hermoso, ni de una novela tan necesaria como su autor, pues posee el don de acariciar la vida con la misma suavidad que sus puntos suspensivos...