Latidos

Latidos
Gervasio Sánchez

sábado, 18 de agosto de 2018

espejito, espejito


Después de un tiempo sin poder decidir si me voy o si me quedo, he optado por dejarme caer. Tengo hambre de parálisis cerebral, ganas de mí (“sintigo”) y de ti (“sinmigo”). Es porque me engancho a gilipolleces de Emma Bovary. Por eso estoy en que la solución es meterme una señal de Stop intravenosa y mearme de la risa. Porque, de nuevo, las cosas son como son y punto.

No sé si te quiero sin querer o esto mío es una especie de manía hereditaria y barata que llevo a cuestas como un virus que se manifiesta cuando el conflicto ya ha dejado de existir, solo para recordarme que no es necesario dejarme invadir por elementos extraños y que, mi excesiva generosidad y mi ridícula costumbre de complacer, sin placer es, a esta edad, una reacción obsoleta, además de hipócrita.

Como dice Leiva, “solo te deseo que tu mierda cobre vida y te de un beso...” Y que lo haga a través de los poros de tu piel, con el objetivo de que la materia muerta de la que también estamos hechos resucite y puedas, finalmente, seguir tu viaje sin ningún complejo.

Mi versión de los hechos es que no eres lo que vendes. 

Aunque seguramente esté proyectando.

miércoles, 14 de febrero de 2018

de momento

Te doy las gracias. Y si quieres, también le doy las gracias a tu dios piramidal con una espiral en el centro que, aunque no sea el mismo al que dirijo mis contadas plegarias, seguro que igual sirve para canalizar esta energía que te envío. Ojalá te llegue en forma de calor, de agua, de tierra y de cielo. Porque de verdad que lo deseo. Que te entre por los poros de tu risa, que te haga cosquillas cuando te flaqueen las fuerzas, que te recuerde al oído cuánta magia te cuida y te cura, cuántas cosas buenas tienen todavía que ocurrir, que seguir ocurriendo, para que tú las vivas, las respires, las sientas y las devuelvas, compartidas y multiplicadas en forma de canciones.

De momento, sólo eso. Ojalá tuviera más que darte.





jueves, 8 de febrero de 2018

A los que no

A todos los hombres que nunca habéis entrado ni entraréis en mi cama os diré, no por venganza ni resentimiento, no por simple mala leche, ni por siquiera fardar delante del público... Os diré... que sí. Que efectivamente os habéis perdido grandes cosas. 

 

Por ejemplo, saber de qué manera mis mejillas se disparan al mostrarme desnuda ante otro ser humano; o cómo, cuando me despierto, mi cabeza se vuelve torpe y lenta hasta que por fin recibe la visita de esa cantidad justa de sangre y cafeína necesarias para poder dar siquiera un “buenos días” razonablemente amable. Y qué decir de esa entrañable celulitis que, fiel como ella sola, no ha soltado mis muslos ni un segundo, ni siquiera en aquellos lejanos tiempos en los que aún, ni tenía edad para votar y, terca, como la patria imaginaria que todas llevamos dentro, se ha echado a temblar de pura risa contenida, cuando en la penumbra de mis muchos espacios, ha sido confundida con hermosas texturas de piel tersa y ceñida a unas piernas de ensueño que jamás he tenido. Aunque, bien pensado, no me puedo quejar.


Os habéis perdido aprenderos mis gestos de placer, de sorpresa, de travesura premeditada, de deseo, de ternura, de obscenidad y de pura ingenuidad. Os habéis perdido también mis ganas de besaros, de entregaros mi vida y todo los sueños que se arriman, con sus plumas ligeras y transparentes, a la posibilidad de ser lo que dos personas quieran: Que se quieran fundir, comunicar, amar. Que se quieran sin prisas o estresadas. Que se quieran sentir en todas y cada una de las fases lunares. Que se quieran separar, volver a ver, olvidar...


Os habéis perdido mis caricias. Y mis miles de lenguas elevadas a la máxima presencia; las graciosas arrugas de las sábanas marcadas en mi cara; mis temores ocultos, mis orgasmos y los vuestros, mis locuras encarnadas en todas las diosas que me hablan desde el más allá y que también son parte de mis planes, aquí, en el más acá. Os habéis perdido mis canciones, mis bailes privados de salón, mis carcajadas y mis gritos, mis jadeos, mis suspiros, mis hipos, mi bruxismo (que es rabia contenida, como muchos sabéis); mis viciosos mordiscos, mis justos lametones, mis roces sin querer y mis cortinas de humo...

Os habéis perdido tantas y tantas cosas... que me da pena por vosotros y un poco también por mí.

Pero, para que veáis que mi ego no es del todo un mal tipo, os contaré un secreto paradójico: nada os habéis perdido que sea tan fuerte, ni tan jodidamente hermoso, como lo que nunca ocurrió y se quedó en el espacio sideral de los silencios profundos.