Latidos

Latidos
Gervasio Sánchez

domingo, 29 de septiembre de 2019

¿qué?


Que nada ha cambiado. Los océanos siguen en peligro y con ellos la supervivencia del planeta. L@s refugiad@s permanecen hambrient@s y posiblemente, tan aterrorizad@s como lo estamos tod@s l@s demás, con nuestro DNI oficial, llenito de demoni@s. O más. O menos...

Ser felices, saber quiénes somos, salvar al mundo, querernos a nosotr@s mism@s (querernos bien), buscar la verdad, comer sano, no identificarnos (o sí, pero con consciencia), recuperar nuestra conexión con la naturaleza y con la vida, escucharnos, cuidarnos, ayudarnos, despertar-nos, dejar de luchar para sólo ser, hacer, dejar de hacer, parar, seguir en pie, hacia adelante, disfrutar del momento, honrar a los ancestros (y a las ancestras), dignificar la vida, plantar una huerta, creer y crear, hablar con impecabilidad, cantar, bailar, escribir, soñar, dormir, reir-nos, llorar-nos, caminar bajo las estrellas, dibujar, saber todo lo que no somos, dejar pasar los pensamientos, confiar, no proyectar, sanar, callar, respirar... Sobrevivir y llegar a fin de mes.

Es una simple muestra de eso que algunos llaman “vivir la experiencia”. Otros “pasan” o hacen como la chica que, en su agenda, había planeado recoger la ropa de la lavandería y justo después, sucidarse.
Me pregunto si algo de todo eso, o cualquier otra cosa, tiene realmente sentido. Ya... La pregunta no es nada original. De hecho, supongo que es la misma que se hacían en el Neardental. O tal vez no. Quizás, entonces no pensaran, o no pensaran así, o no pensaran tanto. Puede que se limitaran a “ser”, como los pájaros o las mariposas. Como las plantas. Como las piedras. Como las nubes... Aunque, ¿cómo saber qué les pasa por dentro a las mariposas? ¿Existen las nubes? ...


Yo ya no sé nada (o eso creo). Y digo “ya” porque en algún momento creí saber algo. Me recuerdo diciéndome con mucha convicción, delante del espejo y ante diferente público que “todo es mentira”.
Las palabras son solo palabras, símbolos que representan cosas, conceptos, ideas... tan pobres, tan limitadas... No sirven para definir la nada, el vacío, el amor, la muerte, el misterio, la vida, la verdad, el infinito, la eternidad... No valen para comprender. Muchas veces, ni siquiera nos ayudan a entendernos l@s uno@s a l@s otro@s...


La ciencia es una estrategia, es una forma de atar la verdad” (que decía Aute). ¿Es esta una mátrix? ¿Quién hay detrás? Y detrás de lo que sea que haya detrás, ¿que hay? ¿Y detrás de ello? ¿Quién observa al observador? ¿Hay algo o alguien ahí?


¿A qué agarrarse, -me pregunto, me pregunto, me pregunto...- para asumir la responsabilidad de una vida que no entiendo (y-no-voy-a-entender-en-la-vida)? ¿Cómo morir si no he aprendido siquiera a vivir? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Qué? ¿Quién? ¿Con quién?... Busco. Pienso. Siento. Tengo consciencia (o eso creo). Creo. Hago. No hago... Luego, ¿existo...?


El amor sí. Es lo único que tiene sentido. ¿En serio? ¿Para quién?


Me inclino por el sexo. Tampoco es garantía de nada pero cuando me excito, por lo menos, el deseo me devuelve las ganas de intentar hacer algo en común con alguien. Luego se me pasa. O, en ocasiones, me arrepiento. Pero hay una persona con la que no me importa arrepentirme siempre. O sí me importa. Aunque, que me importe o que no, no es en absoluto importante. ¿Quiero que lo sea? ¿Es ese el libre albedrío del que se habla tanto?


Ahora mismo, como estoy en mi transitar hacia la espiritualidad, el desapego me exige soltar toda creencia. Y toda es toda. Incluida la creencia de que “soltar cualquier creencia” me va a acercar a algo parecido a... ¿a qué? ¿a la libertad?


¿Es la existencia una colección de intentos?


Lo importante no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa”. ¿De verdad que eso es importante? ¿Para quién?


¿Sabe alguien algo?


¿Hay algún “y sin embargo, te quiero” “un compartir tras otro", "una soledad tras otra", que valga la alegría de no saber una mierda?


Pues nada. A seguir fornicando para salvaguardar esta especie de... ¿qué?



sábado, 3 de agosto de 2019

telón

Me he olvidado de la historia que me ha traído hasta aquí. El caso es que habito este presente desde la presencia de lo que es este momento; un regalo siempre, incluso cuando lo que siento es vacío, dolor, rabia o tristeza profunda. Tras el mostrador, la sorpresa espera a ser descubierta. Y siempre está ahí.



Quererme es aceptar a los cientos de personajes que soy capaz de interpretar en el escenario de este planeta Tierra que, según nuestras creencias, gira en espiral alrededor de la luz, en una órbita expansiva hacia lo que llamamos infinito. Bajo ese prisma, y desde la premisa de no saber nada de nada, me doy cuenta de que buscar cualquier significado a lo que soy, a lo que somos, es una quimera razonable, aunque quimera, al fin y al cabo. 

Nuestras cabezas no están diseñadas para entender, sino para ordenar. Y en esos juicios ordenados que la mente incesantemente repite, como el mejor de los “ordenadores”, se nos dispara, como un TOC, el mandato de “buscar”. Nuestros programas se disponen a ello cada mañana al despertar. Los perros, sin embargo, lo hacen mejor que nosotros. Ellos, por lo menos, olfatean y escuchan la música de la misma naturaleza que, probablemente, los ha creado. A nosotros nos cuesta mucho más. Porque, entre otras cosas, se nos ha fundido la conexión con el servidor. Un servidor/criado/creado que no sé para qué sirve, ni cómo es, ni... 

Lo único cierto es que no sé nada. Mi mente no sabe nada. Mi cuerpo sintiente no sabe nada. Mi espíritu libre, encerrado en estos cuatro muros de este plano de mi existencia, por así llamarla, tampoco sabe nada. Y mis emociones, que a veces se extralimitan y se desbordan, desparramándose por encima de mis otros cuerpos, tampoco saben nada. Están ahí sólo para sentir. Son las ropas de colores que hay en el armario de mi casa y que, indiscriminadamente, se me colocan, dependiendo del día que haga, del frío o del calor, de la estación del año, de la película que construye mi cerebro, de la interpretación que mis neuronas deciden realizar, motivadas por un guión (inteligencia artificial), factores exteriores que nada y todo tienen que ver conmigo.



Soy grande (eso quiero creer hoy). Nací grande y sigo creciendo. Viajo expansiva hasta el infinito, como otro planeta más de esta o de cualquier otra galaxia. Y la velocidad a la que floto, en este ridículo vacío de derechos de autora, me produce un vértigo descomunal.



La muerte no significa mucho. Es parte de la obra. Cuando se cierra el telón y el público aplaude o silba y finalmente se acaba yendo con la música a otra parte, la muerte se quita el maquillaje y sigue su camino a otro teatro. No hay final. Tal vez no haya nada, en realidad. Realidad, realidad, realidad... Es siquiera una palabra inventada que no sabe y no me sabe a nada. 

Nada, nada, nada... Aunque “creo” que la conozco, tampoco sé qué es. “Creo” (de crear). En eso estoy. Soy.


sábado, 27 de julio de 2019


cobre

Voy vestida de blanco, caminando por una duna tostada al atardecer. El sol se me disuelve en mil tonos de cobre, son aleaciones que me hacen tanta falta como mis otras partes, esas que todavía no he puesto a remojo y que están en algún cajón de la casa. Quién sabe...

Mis manos apuñalan rabiosas un teclado hambriento de algo hermoso, ese matiz suave que hay en mi cabello recién decolorado, pero que no sabe aún cómo brillar. Me quiebro. Mil veces y tres veces mil. Me quiebro. Cien veces y ocho veces cien al cubo, más tu risa. Tu risa se ríe de mí. Y yo me quiebro. Es solo el ahora. Ya sé que es pasajero y que quien ríe el último, ríe mejor.

Lo ideal sería que lo hiciéramos juntos.



domingo, 30 de junio de 2019

(re) componiendo


Este es uno de esos veranos sucios por dentro, en los que el calor no abraza y la azotea humea cualquier resquicio de “ya pasará”.

Ardo en un fuego orgánico y helado junto con las ganas de argüir cualquier estrategia para permitirme lo que haga falta. Me he tirado a la hoguera. Y la fórmula química del sol que, en teoría, tiene que iluminarme tras el éxtasis del paro cardíaco, viene con una tara de fabricación. Malditas imitaciones. No hay oxígeno para quemar. Ni más leña en la Tierra.

Acepto lo que es. Aunque la frase me suene a rancio y me escupa en las tripas creencias que no me pienso creer en la vida. Me asusta admitir tanta deriva, eso es verdad, y también no querer más barquitos que hundir, ni más charcos donde naufragarme al desnudo.

Hierve la saga de este chillido quieto. Es un “aquí me quedo” definitivo. Porque “no puedo más”, que diría Aquel. Y porque no vale la alegría. Aún quedan derechos (de izquierdas).

Y lo hago. Aquí me quedo. Ahogando las ideas que se clavan en la alfombra y que discuten con los ácaros la mejor manera de camuflarse -para que esta sentada no parezca una derrota-. No hay lugar para mí en mí. Ni siquiera en esta casa que parecía habitable. Así que tendré que buscar una pensión sin estrellas a plena luz del inexistencial-ismo. Tal vez una celda color de hospital, disponible para los rebeldes sin causa como James. Como yo. Heridos (de mierda) que jamás volverán a ser nada personal.

No sé dónde he estado todo este tiempo. Quizás me he ido y ya no he vuelto más. No me culpo. Dicen por ahí que las cosas pasan siempre por alguna razón. Y a mí me sobran cabezas. De hecho, me redunda cualquier palabra conocida. Por eso me urge inventar un diccionario verde que empiece antes de la A (de ansia) y acabe más allá de la Z (de teleobjetivo). Para parirlo necesitaré música y letras de algodón. Mucho algodón. Porque, joder, esta manía de sangrar se ha convertido en la única composición que aún no ha salido a la calle. No me extraña... ¡con este calor!... Lo hará en breve. Y los gatos maullarán en rojo y en Mi Sostenido.



sábado, 18 de agosto de 2018

espejito, espejito


Después de un tiempo sin poder decidir si me voy o si me quedo, he optado por dejarme caer. Tengo hambre de parálisis cerebral, ganas de mí (“sintigo”) y de ti (“sinmigo”). Es porque me engancho a gilipolleces de Emma Bovary. Por eso estoy en que la solución es meterme una señal de Stop intravenosa y mearme de la risa. Porque, de nuevo, las cosas son como son y punto.

No sé si te quiero sin querer o esto mío es una especie de manía hereditaria y barata que llevo a cuestas como un virus que se manifiesta cuando el conflicto ya ha dejado de existir, solo para recordarme que no es necesario dejarme invadir por elementos extraños y que, mi excesiva generosidad y mi ridícula costumbre de complacer, sin placer es, a esta edad, una reacción obsoleta, además de hipócrita.

Como dice Leiva, “solo te deseo que tu mierda cobre vida y te de un beso...” Y que lo haga a través de los poros de tu piel, con el objetivo de que la materia muerta de la que también estamos hechos resucite y puedas, finalmente, seguir tu viaje sin ningún complejo.

Mi versión de los hechos es que no eres lo que vendes. 

Aunque seguramente esté proyectando.

miércoles, 14 de febrero de 2018

de momento

Te doy las gracias. Y si quieres, también le doy las gracias a tu dios piramidal con una espiral en el centro que, aunque no sea el mismo al que dirijo mis contadas plegarias, seguro que igual sirve para canalizar esta energía que te envío. Ojalá te llegue en forma de calor, de agua, de tierra y de cielo. Porque de verdad que lo deseo. Que te entre por los poros de tu risa, que te haga cosquillas cuando te flaqueen las fuerzas, que te recuerde al oído cuánta magia te cuida y te cura, cuántas cosas buenas tienen todavía que ocurrir, que seguir ocurriendo, para que tú las vivas, las respires, las sientas y las devuelvas, compartidas y multiplicadas en forma de canciones.

De momento, sólo eso. Ojalá tuviera más que darte.





jueves, 8 de febrero de 2018

A los que no

A todos los hombres que nunca habéis entrado ni entraréis en mi cama os diré, no por venganza ni resentimiento, no por simple mala leche, ni por siquiera fardar delante del público... Os diré... que sí. Que efectivamente os habéis perdido grandes cosas. 

 

Por ejemplo, saber de qué manera mis mejillas se disparan al mostrarme desnuda ante otro ser humano; o cómo, cuando me despierto, mi cabeza se vuelve torpe y lenta hasta que por fin recibe la visita de esa cantidad justa de sangre y cafeína necesarias para poder dar siquiera un “buenos días” razonablemente amable. Y qué decir de esa entrañable celulitis que, fiel como ella sola, no ha soltado mis muslos ni un segundo, ni siquiera en aquellos lejanos tiempos en los que aún, ni tenía edad para votar y, terca, como la patria imaginaria que todas llevamos dentro, se ha echado a temblar de pura risa contenida, cuando en la penumbra de mis muchos espacios, ha sido confundida con hermosas texturas de piel tersa y ceñida a unas piernas de ensueño que jamás he tenido. Aunque, bien pensado, no me puedo quejar.


Os habéis perdido aprenderos mis gestos de placer, de sorpresa, de travesura premeditada, de deseo, de ternura, de obscenidad y de pura ingenuidad. Os habéis perdido también mis ganas de besaros, de entregaros mi vida y todo los sueños que se arriman, con sus plumas ligeras y transparentes, a la posibilidad de ser lo que dos personas quieran: Que se quieran fundir, comunicar, amar. Que se quieran sin prisas o estresadas. Que se quieran sentir en todas y cada una de las fases lunares. Que se quieran separar, volver a ver, olvidar...


Os habéis perdido mis caricias. Y mis miles de lenguas elevadas a la máxima presencia; las graciosas arrugas de las sábanas marcadas en mi cara; mis temores ocultos, mis orgasmos y los vuestros, mis locuras encarnadas en todas las diosas que me hablan desde el más allá y que también son parte de mis planes, aquí, en el más acá. Os habéis perdido mis canciones, mis bailes privados de salón, mis carcajadas y mis gritos, mis jadeos, mis suspiros, mis hipos, mi bruxismo (que es rabia contenida, como muchos sabéis); mis viciosos mordiscos, mis justos lametones, mis roces sin querer y mis cortinas de humo...

Os habéis perdido tantas y tantas cosas... que me da pena por vosotros y un poco también por mí.

Pero, para que veáis que mi ego no es del todo un mal tipo, os contaré un secreto paradójico: nada os habéis perdido que sea tan fuerte, ni tan jodidamente hermoso, como lo que nunca ocurrió y se quedó en el espacio sideral de los silencios profundos.