Latidos

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Gervasio Sánchez

viernes, 22 de febrero de 2013

inocencia

Me regaló un eguzkilore para que me protegiera. Y lo hizo. Durante un tiempo, me apartó de la autodestructiva costumbre de no ponerle el abrigo a mi corazón cada vez que lo sacaba de paseo. Entonces también vivía en un lugar frío de cojones.

Ha pasado mucho tiempo desde aquel cumpleaños. Él era buena gente y sólo pudo hacer por mí lo que hubiera hecho cualquiera en su situación. Se enamoró hasta decir basta.

Su flor del sol sigue en mi casa. Una casa con vigas de madera y amplias ventanas desde las que casi puedo tocar la nieve de los tejados que hay enfrente de mi vida. Es tentador.


 
Luego están las margaritas, esas que no me ha regalado nadie.

 

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