Latidos

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Gervasio Sánchez

sábado, 3 de agosto de 2019

telón

Me he olvidado de la historia que me ha traído hasta aquí. El caso es que habito este presente desde la presencia de lo que es este momento; un regalo siempre, incluso cuando lo que siento es vacío, dolor, rabia o tristeza profunda. Tras el mostrador, la sorpresa espera a ser descubierta. Y siempre está ahí.



Quererme es aceptar a los cientos de personajes que soy capaz de interpretar en el escenario de este planeta Tierra que, según nuestras creencias, gira en espiral alrededor de la luz, en una órbita expansiva hacia lo que llamamos infinito. Bajo ese prisma, y desde la premisa de no saber nada de nada, me doy cuenta de que buscar cualquier significado a lo que soy, a lo que somos, es una quimera razonable, aunque quimera, al fin y al cabo. 

Nuestras cabezas no están diseñadas para entender, sino para ordenar. Y en esos juicios ordenados que la mente incesantemente repite, como el mejor de los “ordenadores”, se nos dispara, como un TOC, el mandato de “buscar”. Nuestros programas se disponen a ello cada mañana al despertar. Los perros, sin embargo, lo hacen mejor que nosotros. Ellos, por lo menos, olfatean y escuchan la música de la misma naturaleza que, probablemente, los ha creado. A nosotros nos cuesta mucho más. Porque, entre otras cosas, se nos ha fundido la conexión con el servidor. Un servidor/criado/creado que no sé para qué sirve, ni cómo es, ni... 

Lo único cierto es que no sé nada. Mi mente no sabe nada. Mi cuerpo sintiente no sabe nada. Mi espíritu libre, encerrado en estos cuatro muros de este plano de mi existencia, por así llamarla, tampoco sabe nada. Y mis emociones, que a veces se extralimitan y se desbordan, desparramándose por encima de mis otros cuerpos, tampoco saben nada. Están ahí sólo para sentir. Son las ropas de colores que hay en el armario de mi casa y que, indiscriminadamente, se me colocan, dependiendo del día que haga, del frío o del calor, de la estación del año, de la película que construye mi cerebro, de la interpretación que mis neuronas deciden realizar, motivadas por un guión (inteligencia artificial), factores exteriores que nada y todo tienen que ver conmigo.



Soy grande (eso quiero creer hoy). Nací grande y sigo creciendo. Viajo expansiva hasta el infinito, como otro planeta más de esta o de cualquier otra galaxia. Y la velocidad a la que floto, en este ridículo vacío de derechos de autora, me produce un vértigo descomunal.



La muerte no significa mucho. Es parte de la obra. Cuando se cierra el telón y el público aplaude o silba y finalmente se acaba yendo con la música a otra parte, la muerte se quita el maquillaje y sigue su camino a otro teatro. No hay final. Tal vez no haya nada, en realidad. Realidad, realidad, realidad... Es siquiera una palabra inventada que no sabe y no me sabe a nada. 

Nada, nada, nada... Aunque “creo” que la conozco, tampoco sé qué es. “Creo” (de crear). En eso estoy. Soy.