Latidos

Latidos
Gervasio Sánchez

lunes, 1 de abril de 2013

ding dong

"Quería tan sólo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué habría de serme tan difícil?"

El miedo, siempre el miedo.

Un día le abres la puerta y lo conduces hasta el fondo del pasillo. Allí, le indicas que siga hacia adelante y que se instale cómodamente en tu sofá. Aún le queda algo de generosidad, así que te hace un sitio a su lado, un hueco justo en el que tu cuerpo cabe a la perfección, pero en el que no existe un milímetro sobrante para pestañear. Como lo sabes, lo dejas ahí sentado y te vas a la cocina. Abres el grifo. El agua siempre es vida y necesitas beberte cuatro vasos de golpe para sentirte llena de algo que no seas tú misma. Luego vas a la habitación, abres el armario y todos sus cajones. Estás dispuesta a largarte. Aunque en realidad, cuando lo piensas, no necesitas nada más que lo puesto. Así que pasas por delante de su aplastante presencia y en un último acto de amor, te dejas caer en su regazo. Servirá de despedida, un rito detallista para no marcharte con la sensación de estar huyendo. Entonces él te abraza y te pide, casi suplicándote, que no lo dejes solo.

Pero tú ya te has ido.


 

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