Latidos

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Gervasio Sánchez

lunes, 18 de febrero de 2013

silencio

Dijiste que no volverías a husmear en mis demonios. Esto demuestra que no puedes confiar en ti mismo y que nos mentiste a ambos. Seguramente, como lo hacemos todos en algún momento, pero de quien estoy hablando ahora es sólo de ti.

Con intentarlo, no basta. Con decirlo, no basta. Tienes que hacerlo de corazón. Porque cuando no es así, el martillo de tu juez te golpea la conciencia y te advierte  de que algo no anda bien. ¿Para qué has vuelto? - Te pregunta, ahora, su señoría, con su voz de madera tallada. ¿Sabes responder a eso...?


El silencio no engaña. Lo sé por experiencia. Yo no dejo demasiados espacios para que se produzca, quizás porque conozco las respuestas al dedillo.


Te lo he ofrecido a ti para que con él hagas lo que libremente decidas. Por ejemplo, todo lo que no te permites hacer conmigo. Por ejemplo, olvidarme. Por ejemplo, simplemente, dejar que el tiempo transcurra. Por ejemplo, cambiar.


Te diré qué hago yo con el tuyo.


Yo te escribo.

Escribo tu nombre, lo repito en voz alta varias veces con un poco de vergüenza, lo interiorizo y me subo con él al metro que me lleva al trabajo. Y no lo dejo tirado en cualquier estación. Me lo meto donde puedo y sigue conmigo el resto del día. Habla con la gente, se mira al espejo en repetidas ocasiones y se sienta a la mesa, como uno más. Le encanta comer mucho, igual que a mí...  Luego, cuando llega la noche, se transforma en actos impuros y en sueños de adolescente. Y si al fin me duermo, él lo hace a mi lado. Por las mañanas, se despierta antes que yo, enreda su deseo a mis legañas y me despereza lentamente, convertido en el abrazo de mi vida. Después de hacer el amor, me levanto y preparo una taza de café. Ya ves, ni siquiera sé si él toma.


Tengo miedo de que mis fantasías me dejen aún más sola y de que mi juez me escupa a la cara que todo es mentira, que tú sólo estás aquí de pasada y que en realidad ya te has ido con ella, la única verdad por la que sí estás dispuesto a luchar.


Por eso detesto este silencio que te he dado. Porque todo en él, absolutamente todo, me habla de ti.


Y ahora, recoge tu ego, que es a por lo que has venido, emborráchate con él en tu burbuja de cristal durante un rato y para terminar bien, tómate alguna pastilla que te ayude a superar la resaca de mis cortes. Ya sabes, se pasará.


Pero sobre todo, no le cuentes nada de esto a tu terapeuta. No vaya a ser que te diga todo lo que tú ya sabes. Entre otras muchas cosas, que yo no soy tu tipo y que en realidad no estás enamorado de mí.

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